miércoles, 2 de noviembre de 2011

Salvado por el Amor

Artemio y su padre reman con ímpetu para dirigir la balsa por la corriente menos peligrosa. Delante de la balsa, las aguas se arremolinan formando un vació que succiona . Por el vacío que va creciendo, las aguas chorrean vertiginosas hacia la profundidad. La balsa atrapada por esa corriente se  alza en vertical. La flotabilidad de las topas evita que la balsa sea tragada por la rémora.

-!Cógete bien!... - Grita el  Goyo a su hijo.

 Demasiado tarde. El cuerpo de Artemio desaparece succionado por el remolino. Las aguas al volver a la normalidad rellenan el agujero y continúan a girar. La balsa empujada por el remolino se dirige a la orilla. El Goyo atraca la balsa, con las fuerzas que le restan del gran susto, desesperado por el naufragio del hijo, no atina a razonar, peor aun actuar . La gente se reúne en la orilla a comentar lo sucedido. Varios  nadadores se ofrecen  y participan en el rescate del náufrago.


En tanto, Artemio,  atrapado en el fondo del lecho del Huallaga, lucha sin éxito para liberarse de la fuerza del remolino. El remolino parece atraparlo con mil abrazos. Se siente impotente. Le zumban los oídos. El agua presiona las narices y la boca. Un peso enorme le aprisiona el pecho y la espalda. A duras penas contiene la respiración y la dosifica minuciosamente. Trata de pisar el fondo para liberarse del tubo de agua que lo retiene. Lucha  consigo mismo intentando mantener la serenidad. Sabe que si se desespera, será hombre muerto.

-"Tantos buenos nadadores han muerto en los remolinos y tal vez, yo no sea la excepción" -  pensó y la desesperación se adueño de sus últimas fuerzas.

El tiempo pasa, los segundos se vuelven eternos. Pierde las esperanzas y se va abandonando. Intentando respirar, traga los primeros sorbos de agua que se enfilan en sus pulmones. Una rara sensación de flacidez, invade su cuerpo. Su mente, como en un film, rememora, "en cámara rápida" toda su vida: Ve a su enamorada, su compañera de colegio, que se acerca sonriente a darle un beso. Vuelve a tomar conciencia de su situación y su último deseo es abrazarla, llenarla de besos para despedirse. Irse así, sin darle el beso del adiós, parecía la peor ingratitud de la vida.

- Gritó con la mente - ¡¡Angélica, te amo tanto!!....

Y al  abrir los brazos para abrazarla, sus manos en lugar de encontrar el delicado cuerpo de Angélica, acariciaron  la áspera rudeza de una  vara. Sus manos se  aferraron  con todas las  fuerzas que le restaban. Tan fuerte, como tan solo, los que se están ahogando saben hacerlo. Lo último que pudo sentir:  es que su cuerpo se deslizaba   a gran velocidad por el agua.

Los rescatadores con sus canoas, con ayuda de maderos y sogas se daban prisa por auxiliar al náufrago. Una de esas maderas lo salvó. Uno de los rescatadores sintió el peso que se aferraba al extremo hundido de la vara con la que exploraba el fondo. Avisó a los demás. Remolcaron el cuerpo a la orilla. Lo echaron boca abajo, haciendo presión en el pecho para reanimarlo . Respiraba  con dificultad al tiempo que vomitaba el agua desde sus pulmones.  Improvisando una camilla los voluntarios lo llevaron  al hospital.

El Goyo muy asustado , solo atina a correr detrás de la camilla. En el hospital, lo atienden los médicos y confirman que esta fuera de peligro. Cuando se recupera cuenta lo vivido en el fondo del agua.

El doctor Bolsarín, le dice - Hijo mío, el amor te ha salvado.

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