Allá en la desembocadura del
río Tocache, donde se vierten y mezclan sus aguas frías y claras con las
turbias y marrones del río Huallaga, se forma un gran remolino que ha excavado
el lecho de la desembocadura volviéndola muy profunda. En el remolino abundan sábalos, boquichicos,
piñacunches, toas, palometas, lisas, anchovetas y anguilas. Allí en medio a ese
cardumen habita a sus anchas el Zúngaro, un bagre gigante de cabeza achatada,
de ojos dorsales y pequeños, cuatro hilachas largas y redondas de piel le
cuelgan del contorno de la boca a modo de bigotes chinos, desde sus aletas
branquiales dos gruesas espinas en forma de cuernos son una amenaza latente y
muy dolorosa para la víctima, el cuerpo achatado y robusto habla de su gran
fuerza y resistencia. Es un piscívoro inigualable, hacen falta muchos kilos de
peces para saciar su voraz apetito. Cuando el Zúngaro pesca, las otras especies
prefieren marcar distancia.
En el tambo Shapiama está
cenando plátanos sancochados con sal. También él es un piscívoro, digno rival
del Zúngaro atigrado que domina en la desembocadura del Tocache. Las raciones
de pescado salado ya se han agotado. Los
trabajos urgentes del campo no le han permitido ir al río a pescar con el
anzuelo. Recuerda la última vez, que estuvo en la desembocadura del Tocache, se
cruzó con la silueta de un Zúngaro que nadaba velozmente bajo la canoa. Está proyectando seriamente en
andar a pescarlo. Si llegara a pescarlo, se aprovisionaría con su carne por varios
meses.
Es tradición en la selva, para
tener suceso en la pesca y la caza, el ingerir un brebaje preparado en base a
hojas, lianas, cortezas, raíces y resinas de plantas nativas bajo el estricto
cuidado de un curandero especializado. Shapiama ha visitado al curandero y bajo
su estricta vigilancia ha bebido el brebaje y lo ha dietado tal como indican
los ritos: alimentarse con plátano verde asado, nada de sal, nada de azúcar,
nada de sexo, ni sol, ni viento por cuarenta días. Según la misma tradición la
ingesta del brebaje servirá a neutralizar el olor natural del cuerpo del
hombre, de tal modo que los peces, aves y animales no lleguen a percibirlo e
identificarlo, siendo así fácil presa del pescador o cazador. Shapiama, después
de haber cumplido la dieta, está apto para ir a pescar al Zúngaro.
La luna llena alumbra el
bosque y el río Huallaga es una senda plateada que se interna en la penumbra
boscosa, abriéndose suavemente al avance
de la canoa que se desplaza silenciosa, al ritmo de los delicados movimientos
de remo dadas por las hábiles manos de Shapiama. Shapiama lleva en la canoa un gran anzuelo,
una carnada especial preparada con un pollo tierno bien condimentado y frito y
doscientos metros de cordel de pescar número ocho muy resistente; el
inseparable machete y una retrocarga.
Al llegar a la desembocadura
ata la proa de la canoa con nudo corredizo al tronco de un árbol; ata también
uno de los extremos del cordel de pescar al hueco en la popa de la canoa, y el
otro al cabo del grueso anzuelo con nudos muy especiales, aprendidos de su
padre. Ensarta con manos hábiles el
anzuelo en el delicioso cuerpo del cebo.
– “Con este bocadillo, no te harás de rogar
pejesapo..." - piensa y se relame mientras concluye la faena.
Con sincronizados movimientos
rotatorios lanza el anzuelo, ya con el
cebo, a las aguas del remolino. Camuflado debajo la sombra del árbol, sentado
en la popa, mientras mastica un puñado de coca, observa las siluetas brillantes
de los numerosos peces que saltan fuera del agua para alimentarse con los
también abundantes insectos que sobrevuelan la superficie del agua. Bastaría
con echar la tarrafa para pescar en abundancia, pero no, él no ha venido a una
pesca común, él ha venido a pescar al Zúngaro.
El Zúngaro está en las
profundidades dándose un gran festín, basta con abrir sus fauces para tragar y muchos
kilos de peces vayan a su sistema digestivo. ¿Será ésta sea su
última cena?. La carnada ha llamado su atención, flota por sus narices
despidiendo su aroma a pollo frito bien condimentado. El gran pez, nada en grandes círculos como
jugando al gato y al ratón, los otros peces le ceden el espacio para no
interferir. Shapiama lo ha sentido desplazarse debajo de la canoa y está
rogando que el brebaje lo haya purificado y le otorgue fortuna. La coca le ha
estado hablando con dulzura. Probablemente el Zúngaro no resista a la tentación
y muerda el anzuelo.
Los primeros gorjeos de las
aves y el canto lejano de un gallo anuncian el amanecer de un nuevo día. El
amanecer disminuirá las probabilidades para que el Zúngaro muerda el anzuelo. Y Shapiama lo sabe, se está arrepintiendo de haber escogido pasar
la noche en vela y en vano, soportando la inclemente picadura de los abundantes
y hambrientos zancudos que lo han atacado sin tregua.
Interrumpiendo su apresurado
arrepentimiento, un violento tirón de la proa dada por el cordel, lo
desequilibra y tumba boca abajo haciéndolo deslizar de bruces hasta el otro extremo de la canoa.
En lugar de asustarse – “¡Ha picado..., ha
picadoooo....!"- grita de alegría.
La fuerza del tirón hace que
la canoa se desate del nudo corredizo que lo sujetaba al árbol y navega
vertiginosa jalada por la fuerza descomunal del Zúngaro; al casi volcarse la
canoa deja caer al agua el machete y la retrocarga que se sumergen en las profundidades del río
Huallaga. Los remos son los únicos que flotan, pero se alejan veloces en la corriente en sentido
contrario al de la canoa. El Zúngaro jala río abajo, jala río arriba, jala a la
izquierda, jala a la derecha, tensa la cuerda atada a la popa.
Después de dos horas de tirar
la canoa río abajo y río arriba y vadearla otras tantas, el pez va cediendo
poco a poco. El gran pez parece agotado. Llega el turno de Shapiama que lentamente,
con paciencia va recuperando la cuerda un poco a la vez. Breves forcejeos entre
el hombre y el pez: la cuerda se tensa, la cuerda se afloja. Y finalmente la
cuerda se desplaza ligera, sin ofrecer resistencia.
El pescador está dudando – “
...no será que el majadero, se haya soltado..." – sospecha iracundo, en
vano se martiriza y amarga. En efecto, tiene en sus manos el anzuelo desnudo y
un rasgo de carne sanguinolenta
– “Ah, de razón no había
continuado a forcejear, ese hijo de ..." - Se lamenta de su mala suerte y
duda del efecto benéfico del brebaje y de la pérdida de tiempo y sobre todo de
haber dejado sola por toda la noche a su joven y exuberante mujer.
Resignado a su mala suerte
busca los remos y al no encontrarlos, rema con las manos para llevar la canoa a
la orilla, para proveerse de una vara y usarla como tangana para llevar la
canoa de regreso al tambo. ¿Qué cosa le diría a su mujer? Tal vez ella no le crea que ha
pasado toda la noche en el río. Podría pensar que se la paso en los brazos de
la amante. O peor aún que se fue a la gran fiesta del pueblo.
Para su sorpresa, sus manos
tocan una gran cabeza aplanada, fría y resbaladiza . Al mirarla, se da con la
sorpresa, que es la del Zúngaro. Está al costado de la canoa, mirándolo
mansamente con sus pequeños ojos, sin fuerzas, como perro azotado implorando su
perdón, moviendo sus aletas branquiales y su gran cola, resignado a su suerte y
rendido a la astucia del pescador, del brebaje y de la complicidad de las hojas
de coca que han maquinado en su contra.
Shapiama muy contento, busca
la retrocarga o el machete para ultimarlo. Al no encontrarlos, no sabiendo como
atrapar al pez, se lanzó al agua y
abrazó con mucha dificultad aquel baboso cuerpo resbaladizo. Quién los habría visto en aquella
actitud, habría pensado en dos grandes amigos después de una gran juerga
nocturna, extra pasados de alcohol.
Se encariñó tanto después de
aquel forzado abrazo y de ver la sumisión de la gran presa y de verlo
malherido, sangrante, y sin fuerzas para continuar viviendo. Si lo dejara libre
tal vez muera inútilmente, mejor sería subirlo a la canoa. No resistiendo a su
instinto piscívoro lo sube a su canoa y
se lo lleva al tambo. Su mujer muy contenta preparará con la cabeza un
delicioso chilcano.
Desde el plato vuelven a
mirarle esos pequeños ojos, antes lo habían mirado con ternura rogando su perdón,
y ahora esos ojos yacen opacados, sin vida y sin significado.
A Shapiama lo conmueven esos
ojos, se niega a probar el chilcano y
tal vez ya no vuelva a pescar jamás.
Autor: Jíbaro
Autor: Jíbaro
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