Pasaban los minutos y las horas y no logrando conciliar el sueño, se me ocurrió probar con el viejo truco de "contar ovejas". Dicen que es un método infalible.
En el intento de encontrar una manada imaginaria, busqué en mi mente uno de los extensos páramos de los altos andinos. Subí la cuesta persiguiendo un accidentado camino que fugaba por la accidentada montaña, me adentre en los humedales, flanqueando el ichu verde de las laderas, saltando los riachuelos, asomando las lomas, al llegar a una amplia meseta me detuve a observar la inmensidad de la planicie.
- ¡Al fin los encontré!
La manada pastaba, allí en la planicie verde, salpicando de blanco con sus vellones de blanca lana el verde pastizal. Me acerqué con cautela para no asustarlas, empecé a contarlas - Uno, dos, tres...
-¡Guau,guau... !- me ladró el perro pastor desde una loma, interrumpiendo el conteo y metiéndome en evidencia ante los ariscos ojos de la pastora, que me barrio de pies a cabeza con su mirada desconfiada y amenazó de romperme los huesos con su rueca.
Asustado miré a la pastora, sus grandes trenzas, la pollera colorada, la manta negra la cubría la espalda. Volvió a mirarme para descargar, sobre mí, su ira acumulada por siglos, como en una especie de catarsis tardía. Laceró mis tímpanos con sus palabras altisonantes, antes de que pudiera explicarle el motivo de mi presencia.
-¡Qué haces tu, por aquí!, ¡Maldito ladrón!, ¡Seguramente estas pensando en robarme mis ovejas!,
Temiendo perder la oportunidad de contar la ovejas, probé a calmarla con mis tímidas razones.
- No se altere señora, solo trato de contarlas, si Usted me da la oportunidad. Después me iré, dejándola tranquila - La suplique.
- ¡Y por que quiere contarlas!, ¿No vé que están pastando?, ¿No será que me está queriendo engañar?
- Resulta que no puedo dormir, y si me ayuda, las cuento y cuando me duerma la dejo en paz.
- ¡Ah, no puede dormir! - me dijo - Y es por eso que viene a molestar la tranquilidad de mi rebaño. Eso les sucede a ustedes, los haraganes que no tienen nada que hacer y se las pasan inventando historias. Dentro de poco va a llegar mi marido con sus ayudantes a esquilar las ovejas. A ver si le da una mano y así le entra el sueño - Dejó de lado su aspecto iracundo, alzó el dedo y la apunto en dirección del grupo que acababa de llegar.
Junto al rebaño, un grupo de hombres, mujeres y niños vestidos con ropas alto andinas, se disponían a esquilar las ovejas.
- Tric, Trac, Tric ...- Las tijeras me invadieron con su monótona sinfonía. Los hombres desvestían a las ovejas de sus melenudos vellones, dejándolas desnudas a la intemperie de la puna. Las niños recogían los vellones apenas esquilados y los iban acumulando al borde del riachuelo donde las mujeres empezaban a lavarlos. Las ovejas se levantaban y dando un salto corrían a incorporarse al rebaño.
Empecé a contarlas de nuevo, uno, dos, tres...novecientos noventa y... - Uno de los pastores, interrumpiendo el conteo, me alcanzó unas tijeras oxidadas.
- Pruebe con esto - me dijo - señalándome un carnero. Resulta más efectivo esquilar que contarlas.
Apenas recibí las tijeras, me dirigí al animal indicado. Cuando estuve a punto de darle alcance, se giro a mirarme y a retroceder, mientras abría surcos en la hierba con sus patas delanteras. Tuve el tiempo de, ejerciendo mis dotes de torero improvisado, esquivar la arremetida del carnero que rosó mi pijama llevándose un retazo envuelto entre sus retorcidos cuernos. Tomé con humor las nuevas circunstancias, por no decir dificultades para conciliar el sueño. Cada arremetida perfeccionaba mis habilidades de "torero" de carneros.
¡Ole!, ¡Ole!, ¡Ole!... Uno, dos, tres,...ene veces y cada vez que pasaba, al bendito carnero le aplicaba un corte a sus lanas con la tijera a modo de matador de sueños perdidos. El carnero estaba a punto de perder todas sus lanas y yo a perder las últimas esperanzas de dormir. De improviso, al carnero, le crecían más cuernos, uno, dos, tres, muchos, imposible de contarlos, perdí la cuenta.
Cuando se giró el carnero, para renovar el ataque, ya no era tal, sino una enorme garrapata con innumerables patas. No sabiendo como comportarme con un engendro de tal naturaleza, habría preferido perder la conciencia, antes de dejarme aplastar de semejante animal. Me tiré a tierra en un último intento de escapar a su ataque y perdí la noción de los sucesos.
Al día siguiente, me desperté con la sensación de haber dormido lo suficiente. El sol filtraba sus rayos luminosos desde lo alto del techo. Sin saber si la historia que le estoy contando fue un dulce sueño o una terrible pesadilla.
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